6.4.21

Mientras lo próximo desaparece

Para empezar, querría preguntarle sobre su condición de exiliado. O, más exactamente, sobre su decisión de regresar a Cracovia en 2002. Pienso en otros escritores, a los que cita con frecuencia, y que comparten con usted la huida del bloque soviético. Por ejemplo Joseph Brodsky, que nunca volvió a la Unión Soviética, o Czeslaw Milosz que, aunque ya muy mayor, sí pudo regresar a Polonia, donde vivió sus últimos años. Tras largas estancias en Alemania, Francia y los Estados Unidos, que se han dilatado durante más de dos décadas, ¿qué le impulsó a volver a su país y qué cree que ha perdido y ganado con el regreso?

En realidad, el hecho de emigrar de mi país no respondió a los típicos motivos. Yo no salí de Polonia por razones puramente políticas sino más bien por razones personales. Es verdad que estaba muy metido en asuntos de la resistencia polaca en contra del gobierno pero en realidad la razón de mi salida fue diferente: me enamoré de mi mujer. Esta paradoja se ha convertido en el signo de los veinte años que he pasado fuera de Polonia y me ha acompañado siempre. En París, en los ochenta, se encontraba mucha gente que había emigrado por razones políticas y vivían activamente la disidencia política y para ellos yo era un caso extraño, especial. No sabían qué  pensar. Por mi parte, durante esos años yo vivía en una especie de nube, en mi mundo como escritor. Escribía en mi idioma y él me protegía de lo desagradable que puede resultar algunas veces vivir fuera de tu lugar de origen.


Por otra parte, he de decir que también hubo aspectos positivos. Por ejemplo, gracias al exilio he aprendido el idioma francés y he leído mucha literatura francesa. En general, se puede decir que mi estancia en París fue una buena aventura con la lengua y literatura francesas.
Luego tuve que comenzar la aventura americana porque en Francia no tenía ninguna posibilidad de ganarme el pan cada día. Surgió, en un momento en que la situación era muy complicada, la invitación de las universidades americanas para dar clase. En cierto modo, creo que me salvó la vida. Mi relación con este otro país de exilio fue muy diferente. Desde el año 88, cuando por primera vez fui a dar clase durante un semestre, América ha significado para mí hospitalidad, acogida. Fue el lugar donde trabé una gran amistad con los poetas, algo que nunca pude experimentar en Francia.


Ahora bien, yo siempre veía el tiempo de exilio, esos veinte años exactos fuera de Polonia, como años de trabajo y de aprendizaje de muchas cosas. 


He decidido volver pero nunca me he planteado volver al país, sino a Cracovia, la ciudad que quiero. Es cierto que podía haberme quedado en París. Es una ciudad preciosa, pero para mí es una ciudad fría, que no acoge. Un buen lugar para pasear, pero no para vivir. Sin embargo Cracovia aparte de ser una ciudad bonita es una ciudad llena de amigos, acogedora, agradable. Una ciudad donde además todo el mundo habla polaco. Cuando estás en el extranjero y hablas una lengua como la polaca te sientes como si hablaras en una lengua muerta.


¿Qué he perdido? He perdido la nostalgia que nos acompaña cuando estamos fuera, echando de menos nuestra ciudad. Cuando he vuelto, ese sentimiento ha desaparecido. La nostalgia hace que los lugares que echamos de menos se vuelvan ideales. Y cuando volvemos a estos sitios vemos la realidad tal como es.


Siguiendo con el tema de su exilio, ¿cómo cree que ha influido en su obra poética el contacto diario con los autores y lenguas de esos países o la pérdida de trato directo, si es que se produjo, con la lengua polaca, en la que sin embargo no ha dejado de escribir? 


Creo que nunca he tenido la impresión de haber perdido el contacto con la lengua polaca. Durante todo este tiempo además de leer en inglés y en francés he leído mucho en polaco. Además, mi vida interior siempre discurre en polaco. Eso es algo que nunca he cambiado.


Usted fue uno de los fundadores del movimiento Teraz (Ahora) y participó activamente en numerosos actos de protesta durante los años 70 en Polonia, lo que se manifiesta en sus trabajos de aquella época. Con su salida de Polonia, parece que el activismo dejó de interesarle en tanto que elemento integrante de su creación poética. ¿Responde ese cambio de actitud a la alteración del contexto político polaco o a consideraciones netamente literarias?


En parte tenía lugar dentro de mí pero también se produjo como consecuencia de los cambios en la situación política. Incluso en la época en la que más metido estaba en las actividades de la disidencia, era consciente de que aquél no era del todo mi mundo. Yo era profundamente introvertido, tenía que pensar y repensar las cosas y no me sentía cómodo en la acción directa. 


Para esta transformación también podemos encontrar razones meramente poéticas. Pertenezco a una generación que se ha dejado llevar por el asunto político y eso me ha producido un efecto determinado. En muy poco tiempo se había creado una especie de lenguaje político-poético que pronto dejó de ser interesante para mí. Además aparecieron muchos imitadores que aprendieron a la perfección este lenguaje. Fue entonces cuando me separé definitivamente de ese tipo de escritura.


Pero por otro lado, nunca he cambiado mis aficiones políticas: siempre he estado con la disidencia. Lo que había cambiado no fue eso, sino la forma como veía el papel de la poesía. No recuerdo quién ha dicho  -hablando de los poetas- que habíamos creado el lenguaje de la protesta, pero que lo realmente valioso sería crear el de la afirmación. Esta idea me ha marcado profundamente. He entendido que la protesta no es vida y la poesía tiene que transmitir vida.


Usted ha manifestado su condición de cristiano en algunos de sus textos ¿cree que su orientación religiosa afecta o influye de algún modo en su creación poética?

 
Eso es muy difícil de aclarar. Nunca sé si mis búsquedas religiosas influyen en las búsquedas de mi creación poética o es al revés. Tanto la religión como la poesía se parecen en cuanto que ambas están enfrentadas a un misterio, a un secreto. Yo soy cristiano pero no soy un católico practicante. Entiendo que el cristianismo no es sólo una religión, sino algo más: una civilización de la que formo parte. Las grandes religiones -también el cristianismo- dicen saber todas las respuestas y eso me molesta. Precisamente la poesía es el resultado de que nosotros no conozcamos las respuestas. No sé exactamente cómo expresarlo, pero tanto en religión como en la poesía hay un nexo común, un élan: la búsqueda de la verdad, del misterio.


Recientemente, en una entrevista, Charles Simic le citaba como uno de los poetas en activo más recomendables. A muchos de sus maestros los ha tratado en sus libros de prosa o en sus ensayos. Tal vez sería interesante para los lectores conocer qué autores de cuantos escriben en la actualidad le interesan más. 


Hay muchos poetas que admiro y leo. En Polonia está mi amigo y coetáneo Ryszard Krynicki, escasamente conocido fuera de España. Refiriéndonos a  la generación más joven, puedo mencionar a Tomasz Rózycki, un poeta muy interesante. En Escandinavia -no sé si es conocida en España- hay una poeta danesa, Inger Christensen, la autora de un libro al que creo se debe prestar atención, Abecedario. Por otra parte, hay una explosión de poesía irlandesa en la que -además de los nombres conocidos de Heaney y Muldoon- también destacan otros más jóvenes como Derek Mahon, de la generación de Seamus Heaney. En los Estados Unidos está Charles Simic, al que me encanta leer. También me sucede con C. K. Williams, aunque se trate de un autor totalmente diferente a Simic. Mientras que podríamos decir que Charles Simic es un poeta del surrealismo, C. K. Williams es un poeta de los valores morales, de la seriedad. Digamos que es un autor que noe ha visto impregnado de la frivolidad postmodernista. También me parece destacable la poeta Jorie Graham, profesora en Harvard. Es cierto que experimenta mucho (y que no todos los experimentos convencen), pero creo que hay que tenerla muy en cuenta.


Seguramente me olvido de alguien. Por ejemplo, otro autor que quizás es postmodernista pero sin duda es un gran poeta es Geoffrey Hill. Me intriga mucho, porque aunque no lo entiendo muchas veces, intuyo que escribe muy buena poesía. Además, me parece atractivo porque mientras que la corriente principal de la poesía es la ironía, Hill se puede definir como el poeta de la gran fe religiosa, del profundo fervor religioso (quizá guarde ciertas semejanzas con Milton). Muchos de sus poemas son tan herméticos que es difícil entrar en ellos pero ciertamente hay textos muy interesantes.


¿Y qué piensa de John Ashbery? Actualmente está siendo muy citado en España...

 
Es un poeta que conozco, leo y admiro, pero la verdad es que pienso que escribe demasiado. Él mismo me lo comentó un día. Y es obvio que si escribes muchísimo no todas tus obras van a tener el mismo valor que Retrato en espejo convexo, que sí me parece un buen libro. Por otra parte, creo que desgraciadamente Ashbery es uno de esos poetas a los que le salen gran número de imitadores, pero todos malos imitadores. Y eso, sin quererlo el autor, acaba por influir negativamente en la poesía.


En España, parece que la "poesía reciente" goza de buena salud, al menos en cuanto a su representatividad. Existen numerosos premios para jóvenes y todas las editoriales de poesía cuentan en sus filas con poetas jóvenes. Algo de esto se ha visto en Cosmopoética 2007, que ha tenido el acierto de juntar en las mismas mesas a varios de los más destacados poetas jóvenes españoles con autores de reconocimiento internacional. El hecho de que sus organizadores, Carlos Pardo, Juan Antonio Bernier y Fruela Fernández sean poetas jóvenes, es ya bastante significativo. ¿Podría explicarnos cómo es la situación de la poesía joven en Polonia?


Parte de esta pregunta no la puedo contestar porque mi conocimiento del español es actualmente un diez por ciento de lo que debiera. Así que no puedo dar mis opiniones porque simplemente no conozco esos poetas españoles. Sí es cierto que tengo mucha curiosidad por conocer la obra de los autores invitados en Cosmopoética. Quizá habría que sugerir a los organizadores que haya al menos una edición inglesa de los poemas, porque me interesaría mucho leerlos pero me es imposible. Supongo que lo mismo les sucederá al resto de poetas invitados que desconozcan el español. En cuanto al hecho de que dos jóvenes poetas sean los organizadores, he de decir que me gusta mucho y me parece una idea muy interesante.
Pasando a hablar de los jóvenes poetas polacos, creo que actualmente la creación joven polaca disfruta de un ambiente muy vivo, con muchos autores a los que conviene prestar atención. Se puede analizar la situación actual distinguiendo dos grupos por desgracia enfrentados. Por un lado, hay una generación de gente de 40 ó 45 años que se sigue considerando generación joven. Son un grupo de poetas que crearon su obra en oposición a la generación mayor e incluso a mi propia poesía y que tienen el punto de apoyo en la New School, con referentes como Ashbery y O`Hara. Frente a esta generación, después de la Segunda Guerra Mundial han aparecido los grandes nombres de poetas polacos, como Szymborska, Tadeusz Rózewicz, Herbert, Wat... Ellos crearon una especie de escuela polaca de poesía.


Sin embargo, yo no creo que deba haber una confrontación. Estoy convencido de que lo que Milosz llamó la escuela de poesía polaca es un lugar con una gran capacidad, donde esta generación y también las generaciones jóvenes pueden sin problema alguno encontrar su sitio. Yo les entiendo perfectamente porque tienen la necesidad de hablar con otra voz, pero creo que su radicalidad no les conduce a nada,  porque no dice nada un Frank O`Hara trasladado a Varsovia, por poner un ejemplo. Se niegan a entender que lo que han creado los grandes poetas cuyos nombres he citado arriba (Szymborska, Rózewicz...) es un camino abierto hacia la gran continuidad de la poesía polaca.


Me alegra comprobar cómo los más jóvenes (la generación que actualmente tiene treinta años) comienzan lentamente a volver a escuchar la tradición, sin tratar de hacerla explotar por los aires. Es una vuelta que además no viene obligada, sino que se ha convertido en un efecto natural de la inercia de su propio camino.


En el ensayo "El estilo sublime", recogido en su libro En defensa del fervor, y refiriéndose al ambiente literario de su juventud en Cracovia, usted afirma que "en los países pequeños no es nada extraño que la gente dé la espalda a los poetas en lengua patria". Suponiendo que Polonia sea un país pequeño (aunque, dicho sea de paso, no lo es ni por tamaño ni por la importancia de su lengua o su literatura), ¿cree que esa misma postura que usted denomina como snob sigue siendo común entre los jóvenes escritores polacos?   


En parte sí es cierto que se confirma el interés por la New School, pero no quiero ser muy severo porque eso también significa la curiosidad por conocer otras cosas. Ahora bien, por otra parte, creo que en Polonia se comienza a observar un cierto orgullo de los editores polacos, que ven que tienen unos grandes poetas  en la propia lengua que se leen fuera del país. Podemos decir que está volviendo el orgullo por la propia cultura.


Decía Czeslaw Milosz que la autenticidad en literatura conlleva la exigencia de escribir lo menos posible pensando en un público determinado. Quizá la pregunta sea ingenua pero, ¿para quién escribe Adam Zagajewski? Antes de dar un libro por zanjado ¿cuenta con la sinceridad de los amigos o con la opinión de algún poeta cercano?

Es una pregunta difícil, a la que continuamente se vuelve. ¿Para quién se escribe? A veces pienso que escribo para mí mismo, para un yo que sin embargo todavía no es del todo, no existe plenamente. En la creación poética hay un elemento -que quizás no sea el dominante- que podríamos expresar como "crecimiento". Escribimos para nosotros, para alguien que está en desarrollo y que mientras escribe está creciendo, ampliando su espacio interior. Dado que existe una especie de igualdad entre la gente en lo intelectual, donde somos muy semejantes (aunque en lo emocional seamos muy diferentes), cuando escribo lo hago para mi yo que está mejorándose, pero también para el yo del lector que quizá también esté intentando mejorar.
 
Normalmente al terminar un libro no pido consejo a mis amigos poetas. Mi consejero habitual es mi mujer, muy buena lectora. A veces ocurre que un poema que nos parece muy bueno no recibe el mismo valor por parte de los lectores, y también todo lo contrario. Digamos que la lectura previa consiste en pulir el poema, pero en el sentido de la recepción.


Hace algunas semanas, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y en el homenaje que varias instituciones organizaron con motivo del cincuenta centenario del Nobel a Juan Ramón Jiménez, usted señaló a Antonio Machado como uno de los autores españoles que más le han impresionado. ¿Qué otros poetas españoles le interesan? ¿En qué idioma los lee?


Mis intereses no han cambiado mucho en estas semanas y sigo efectivamente enamorado de Antonio Machado. Cuando volví a Polonia pedí prestado un tomo de Juan Ramón Jiménez, traducido al polaco, pero no he experimentado grandes impresiones. Supongo que es un problema de la traducción. Mi impresión es que Juan Ramón Jiménez es un poeta de la gran pureza mientras que en la poesía de Machado entra todo, lo que hace que traducir al primero sea mucho más difícil. Conozco también algunos poemas de Góngora, pero mi acercamiento a este autor ha sido desde el punto de vista estrictamente histórico, y eso provoca  que al leerle me sienta como si estuviera en un museo. Supongo que leído directamente del castellano las impresiones serían diferentes. Respecto a otros autores españoles importantes, estaba buscando desde hace tiempo las traducciones de Luis Cernuda pero no las he encontrado todavía. Y por supuesto conozco a Lorca y he leído Poeta en Nueva York con gran interés, pero nunca con el amor que siento por Machado. Quisiera leer más españoles pero antes debo aprender español.


Y por último, ¿existe realmente Lvov?

Existe, claro. He estado allí no sólo de niño, sino también ahora. Pero digamos que existe como existe la poesía, que tiene un modo de ser tan diferente al de una mesa o una mezquita. Sabemos que hay días que la poesía deja de interesarnos, y es entonces cuando no existe. Lvov existe un poco de esa manera. Es una ciudad muy bonita, pero para mí ahora está cubierta con un manto de otro idioma y otros habitantes, y eso impide a la ciudad abrirse a mí como lo hacía en mi infancia. Constantemente he experimentado sobre Lvov un sentimiento de vacilación: un día me parecía horrorosa y otro me producía una experiencia espiritual.

*This is tomorrow, Whitechapel Art Gallery, Londres, 1956.
*Entrevista a Adam Zagajewski, por Andrés Navarro [Córdoba, 2007].


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