15.8.11

Una vaca en llamas



「El político persigue el poder y, a sus propósitos, no suele pararse en barras ni tampoco sentir escrúpulos excesivos. El fiscal de la cosa pública, aunque se disfrace de político y llegue a creer en su disfraz, es un ético, un hombre que antepone la norma al fin y el procedimiento al resultado. El ético carece de afán de aventura y no aspira a la prebenda ni, en su más insobornable y mantenida actitud, tampoco al poder porque sabe que, tarde o temprano, el poder corrompe. Los políticos dicen que el poder desgasta, lo que no sé si es un eufemismo o la confesión de un miedo: el de ser descabalgados. La primera muestra de talento que un hombre pueda dar es la de conocer sus propias limitaciones: el suponer que todos podemos servir lo mismo para un roto que para un descosido no pasa de ser una ingenua falacia aventurera. La historia suele vengarse de los políticos olvidándolos; me refiero, claro es, a la historia que viven y padecen los pueblos aun a contrapelo de su voluntad, y no a la historia que se escribe en los libros y con propósitos, con frecuencia, más justificadores que aclaratorios. Esta segunda suerte de historia, quiero decir aquello a lo que oficialmente suele llamarse historia, encuentra la venganza ―aun sin buscarla― en la deformación de dos entidades que no debieran deformarse: el personaje y el suceso. De nada vale suplir la báscula por la lente: aquélla pesa lo que es cierto, al paso que esta otra puede mostrarnos la mentira vestida con el ropaje de la verdad. Los políticos suelen pensar lo contrario de lo que aquí se dice y conformarse con la fantasmagórica apariencia. Lo malo es que no nos trae consuelo alguno el pensar que es peor para ellos, porque no es verdad: es peor para todos, a excepción de ellos.」

*El afán de aventura. Camilo José Cela, 1981.
*Marina Castaño, Camilo José Cela. 1989.

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