[Es decir estuvo suficientemente solo bajo
la rama de un arce.
Levantó los ojos, los bajó, con infinita
insistencia.
Se privó de todo.
Y cuando levantaba la vista veía: el arce
-una palabra-; humo, una nube amarilla.
Y cuando bajaba la vista veía una mata de
pasto aplastada.
Donde habitaban unas moscas grises.
El hecho finalizó hacia la primavera de 1956.
Cuando presentó su experiencia a los mayores,
ellos entendieron que el chico volvía de la
guerra de guerrillas
porque en realidad no dijo una palabra.
“Este chico hablará el día del Juicio”, dijo la abuela,
pero se equivocaba.
Aquella permanencia bajo el arce –una palabra-
había sumido al chico en esta reflexión:
“Tengo la potestad de irme de las palabras,
lo que significa lisa y llanamente irme.
Y, de permanecer bajo el arce –una palabra-
No puedo decir nada, puesto que soy un
chico bajo el arce”.
No había que entender que aquello significara
nada.
Excepto que el chico estaba bajo el arce,
definitivamente
perdido para los significantes,
en una eternidad que carecía de sentido.]
*O que arde. Oliver Laxe, 2019.
*Rosebud. Jorge Aulicino, 1988.
Qué inquietud dejar las palabras. Pero hay más vacío, cuando descubres que algunas palabras te han dejado.
ResponderEliminarBuenos días!