18.10.14

Bien, sigamos


[The technocracy grows without resistance, even despite its most appalling failures and criminalities, primarily because its potential critics continue trying to cope with these breakdowns in terms of antiquated categories. This or that disaster is blamed by Republicans on Democrats (or vice versa), by Tories on Labourites (or vice versa), by French Communists on Gaullists (or vice versa), by socialists on capitalists (or vice versa), by Maoists on Revisionists (or vice versa). But left, right, and center, these are quarrels between technocrats or between factions who subscribe to technocratic values from first to last. The angry debates of conservative and liberal, radical and reactionary touch everything except the technocracy, because the technocracy is not generally perceived as a political phenomenon in our advanced industrial societies. It holds the place, rather, of a grand cultural imperative which is beyond question, beyond discussion.

When any system of politics devours the surrounding culture, we have totalitarianism, the attempt to bring the whole of life under authoritarian control. We are bitterly familiar with totalitarian politics in the form of brutal regimes which achieve their integration by bludgeon and bayonet. But in the case of the technocracy, totalitarianism is perfected because its techniques become progressively more subliminal. The distinctive feature of the regime of experts lies in the fact that, while possessing ample power to coerce, it prefers to charm conformity from us by exploiting our deep-seated commitment to the scientific worldview and by manipulating the securities and creature comforts of the industrial affluence which science has given us.

So subtle and so well rationalized have the arts of technocratic domination become in our advanced industrial societies that even those in the state and/or corporate structure who dominate our lives must find it impossible to conceive of themselves as the agents of a totalitarian control.]


[La tecnocracia se desarrolla sin resistencia incluso a pesar de sus crímenes y fracasos más escandalosos, en primer lugar porque la critica que potencialmente pueda hacérsele se em­pecina en analizar esos fracasos con categorías anticuadas. Los republicanos achacarán tal o cual desastre a los demó­cratas (o viceversa), los conservadores a los laboristas (o vice­versa), los comunistas franceses a los gaullistas (o viceversa), los socialistas a los capitalistas (o viceversa), los maoístas a los revisíonistas (o viceversa). Pero izquierda, derecha y centro son lo mismo a este respecto; sus querellas se producen entre tec­nócratas o entre facciones que suscriben los valores tecnocrá­tícos de principio a fin. Los sañudos debates entre conservadores y líberales, radicales y reaccionarios, tocan todos los temas he­bidos y por haber salvo el de la tecnocracia, porque, por lo general, en nuestras sociedades industriales avanzadas no se ve en la tecnocracia un fenómeno politico. La tecnocracia, más bien, es algo así como un imperativo cultural que está fuera de toda discusión.

Cuando un sistema politico cualquiera devora todo el en. torno cultural tenemos totalitarismo, es decir, un intento de poner la vida entera bajo control autoritario. Por desgracia, nos hemos familiarizado ya con politicas totalitarias materia­lizadas en regímenes brutales que logran la integración con porras y bayonetas. Pero, en el caso de la tecnocracia, se llega a un totalitarismo muy perfeccionado porque sus técnicas son cada vez más subliminales. El rasgo distintivo del régimen de los expertos es que, aun poseyendo un amplio poder coercitivo, prefiere ganar nuestra conformidad explotando nuestra profunda e íntima veneración por la visión científica del mundo y manipulando la seguridad y el confort de la abundancia indus­trial que nos da la ciencia.

Las artes de la dominación tecnocrática en nuestras socie­dades industriales avanzadas son ya tan sutiles y racionali­zadas, que incluso las personas que desde el estado y/o las estructuras corporativas privadas dominan nuestras vidas no se conciben a sí mismas como agentes de un control totali­tarlo. ]

*Rural Electrification Administration. Lester Beall, 1937.
*The making of a counter culture (trad. Ángel Abad). Theodore Roszak, 1968.

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