[Hay en ese bosque de Cezanne
la impresión de que ese bosque no está
ni estuvo.
No porque sea sueño, trama de sueños,
sino porque ha sido pintado en parte en
una tela,
en parte en la nada y -en gran parte-
en el lugar donde vimos un bosque.]
[Debo abrir aquí un breve paréntesis – dentro del paréntesis largo que tal vez sea este ejercicio de escritura a mano que tan cautelosamente he emprendido – para explicar que no he devenido escritor por vocación, sino por complejas razones socio-político-económico-psíquicas. En este preciso instante, por ejemplo, más que estar escribiendo quisiera estar, por ejemplo, ideando un juego para computadoras, filmando una película, tocando algo de Bach en el órgano de una catedral antigua (europea) o simplemente sembrando mi semilla en una serie de vientres femeninos, puestos en hilera uno junto a otro hasta donde alcance la vista. Mi relación con la literatura es lo que puedo, apenas, permitirme; lo que, en realidad, los demás me han – hasta cierto punto – permitido. Para decirlo con palabras más duras y más exactas, escribir es más barato y menos peligroso, o más cómodo para mí. Soy perezoso y cobarde, además de pobre; debo, pues, resignarme a escribir, y, todavía, dar gracias por ello. Cierro aquí el paréntesis breve.]
[Aunque sé que a veces me escuchan pensando que soy
el mausoleo de una generación
cuyas reivindicaciones ahogó la dureza de estas décadas
y se asombran de que aún emprenda animosa el viaje
hacia corazones y lenguajes jóvenes
siga hablando del color con que vi el mundo
y lea con más gusto a unos desconocidos que a viejos compañeros
debo decirles
aprendí hace mucho
que no hay nada más patético
que la canción del verano la canción del momento
pasado ese verano pasado ese momento.]