27.8.12

Me cago en Dior





Lowell's shoulders had a slump, his modest stomach was pushed forward a hint, his chin was dropped to his chest as he stood at the microphone, pondering for a moment. One did not achieve the languid grandeurs of that slouch in one generation ―the grandsons of the first sons had best go through the best eating clubs at Harvard before anyone in the family could try for such elegant note. It was now apparent to Mailer that Lowell would move instinct, ability, and certainly by choice, in the direction most opposite from himself.

(...) "We can't hear you" they shouted, "speak louder."

Lowell was annoyed. "I'll below," he said, "but it won't do any good." His firmness, his distaste for the occasion, communicated some subtle but impressive sense if his superiority. Audiences are moved by many cues but the most satisfactory of them is probably the voice of their abdomen. There are speakers who give a sense of security to the abdomen, and they always elicit the warmest kind os applause. Mailer was not this sort of speaker; Lowell was. The hand of applause which followed this remark was fortifying. Lowell now proceeded to read some poetry.


Ligeramente encorvado, con la discreta panza echada ligeramente hacia adelante y la barbilla pegada al pecho, Lowell se quedó un instante ante el micrófono, reflexionando. No era posible lograr la lánguida nobleza de aquel porte indolente y laxo en una sola generación: era preciso que los nietos de los primogénitos hubieran pasado por las mesas de los mejores clubs gastronómicos de Harvard para que alguien de la familia pudiera aspirar a tales cotas de elegancia. A Mailer le resultaba ahora obvio que Lowell se condciría siempre ―por instinto, por aptitud, y ciertamente por elección― del modo más opuesto al suyo propio.

(...) ―¡No le oímos! ―gritaban―. ¡Hable más alto!

Lowell estaba irritado.

―Gritaré a voz en cuello ―dijo―. Pero no servirá de nada.

Su firmeza, su desagrado por el evento en que estaba participando, irradiaban un sutil aunque abrumador efluvio de superioridad. Hay un sinfín de indicaciones y estímulos que mueven a cualquier público, pero el más útil y preciso es quizá la voz de sus tripas. Hay oradores que despiertan una sensación de seguridad en las tripas, y ellos son siempre quienes arrancan los más cálidos aplausos. Mailer no era de esta clase de oradores. Lowell sí. La ovación con que fueron acogidas sus últimas palabras resultaba alentadora. Lowell procedió entonces a leer fragmentos de su obra poética.


*NYC, Robert Lowell. Henri Cartier-Bresson, 1960.

*The Armies of the Night [trad. Jesús Zulaika]. Norman Mailer, 1968.

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