24.7.09

Las distinciones oficiales

El país era muy joven, los soldados a caballo eran su defensa. El verde brillante de las praderas demostraba claramente la existencia de Dios, el Dios que proyecta la frontera y construye el ferrocarril. Entonces yo era un muchacho que jugaba a ramino, silbaba a las mujeres. Ingenuo y romántico, con dos bigotes de hombre. De haber podido elegir entre la vida y la muerte, entre la vida y la muerte, habría elegido América.
Entre búfalo y locomotora, la diferencia salta a la vista: la locomotora tiene el camino marcado, el búfalo puede echarse a un lado y caer. Esto decidió el destino del búfalo, el futuro de mis bigotes, mi trabajo.
Ahora te quiero decir: hay quien mata para robar y hay quien mata por amor, el futbolista mata siempre por jugar, yo mataba para ser el mejor. Mi padre cuidador de vacas, mi madre una campesina. Yo, hijo único rubio casi como Jesús, tenía pocos años, y veinte años parecen pocos. Luego te vuelves a mirar y ya no los ves.
Y recuerdo de hecho una tarde triste, yo, con mi amigo 'Culo de goma’, famoso mecánico, en el arcén de una carretera contemplando América, —disminución de los caballos, aumento del optimismo— me presentaron a mis cincuenta años y un contrato con el circo ‘Pacebbeene’ para recorrer Europa. Y firmé con mi nombre, firmé. Y mi nombre era Búfalo Bill.


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